El Enamorado
Toda la noche soñando contigo, me he pasado la noche entera soñando que te besaba en el patio de una iglesia junto al mar. Qué enamorado estuve de ti, y no te lo dije nunca. ¿Lo adivinaste ? ¿Lo deseaste ? ¿Lo suplicaste ? Tenías seis años más que yo, estabas más hecha a la vida, no te ibas de la cabeza como yo, sino que eras moderada y prudente, aunque llena de amor por dentro, amor hacia mí, hacia mí, que era un tipo de lo más perdido, y eso sí se notaba a la primera, y cómo me acuerdo de tus manos y de tu sonrisa, todos los amantes se acuerdan de lo mismo, sólo que yo no me metí nunca en tu cama, años llevo imaginando cómo se debía de estar en tu cama, un día me la enseñaste, pero nada más. Y ahora me despierto y he soñado que te besaba, y son las diez de la mañana de un verano monumental y ya estoy bebiendo una ginebra, así, en ayunas, y salgo a la terraza de mi habitación y veo a las turistas tumbarse sobre la arena, y pienso que tú podrías estar aquí conmigo, qué enamorado estuve de ti y cómo lo estuviste tú también, y qué mal hicimos en no habernos revolcado mil veces por mil camas, o qué bien hicimos, porque, conociéndome, igual te hubiera pedido en matrimonio y tú hubieras aceptado, y borracho como estoy todo el día, cuando me hubiera cansado de joder todas las noches, a lo mejor me daba por darte un puñetazo o tirarte a un río, o a ti por pegarme un tiro, o envenenarme o pegármela con otro. Cómo puedo decir todo esto de ti, que eras un ángel y lo sigues siendo, y de mí, que te quise con inocencia. Será mejor que siga bebiendo hasta que te borres de mi memoria, y esto sí que me hace llorar, y soy un tipo que está llorando a las diez y media de la mañana, sentado en la terraza de una habitación para turistas, con una ginebra caliente en la mano -son los restos de la noche-, llorando porque si te echo de mi memoria, verdaderamente entonces sí que ya no me quedará nada.
La Luz
Entraba la luz de la tarde, posándose en las pequeñas botellas del minibar de la habitación de mi hotel, una luz de montaña -estábamos en el hotel más caro de los Alpes-, que traía el frío de finales de agosto. Desde la terraza, ponte un jersey si sales a la terraza, se podía ver esos pinos enormes, religiosos, fragmentos de la carne de un dios inocente, ¿por qué no quieres ver a nadie, cabrón antisocial, te pasas los días aquí metido, bebiendo y mirando los pinos ?, me preguntaste, y yo te lo dije bien claro, estoy jodidamente muerto, soy sólo un cadáver que viaja por el mundo, un cabrón de vacaciones eternas, un asaltador de minibares de hoteles de lujo, un consumidor de minibotellas, y sólo me importa esta luz, esta luz que ilumina la habitación porque esta luz es lo más misterioso que he visto nunca, parece como si en ella cupiese la vida que he vivido y la que no podré vivir, todo mezclado, claro fantasma.
Tu falda y tus bragas negras estaban en la silla, y tú sentada en el suelo bebiendo un gintonic, si no me gustases tanto, dijiste, ven aquí, volvamos a la cama, y empecé a comerme tus brazos, tus manos, tus uñas bien cortadas, y la luz seguía entrando y resplandecía en las etiquetas de las pequeñas botellas del minibar. Eres un guarro, hijodeputa, no me lo hagas así, eres un guarro, seguías diciendo, pero la luz no se marchaba nunca. Y ella que hablaba de su vida y de sus ilusiones, y su ropa interior esparcida por la habitación, decentemente esparcida, y quejándose de que, en vez de salir por ahí, nos quedásemos jodiendo toda la noche, y luego, colmada, diciéndome eso de eres un guarro, hijodeputa, te he dicho que no me lo vuelvas a hacer así, toda la noche llamándome, repitiendo lo mismo.
Me quedé dormido un rato, me levanté de la cama, desnudo, fui al minibar, cogí el último botellín y me lo bebí de un trago, fui al lavabo y dejé correr el agua hasta que salió fría y luego bebí, y mojé mi boca y mi lengua mucho tiempo, tú seguías durmiendo, aún tenía líquidos tuyos por todo mi cuerpo, saliva tuya y aguas de tu sexo y de tu boca, escociéndome, y la luz ya se había ido, trayendo una paciente oscuridad. (De El Cielo)
MacDonald’s
Estoy en el MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza, haciendo la cola gigantesca, con los ojos clavados en los carteles de los precios, el dinero justo en la mano derecha, billetes arrugados.
Estoy ahora en el piso subterráneo, arriba fue imposible. Estoy sentado al lado de un niño negro que tiene en su mano una patata amarilla untada de ketchup muy rojo : Santísima bandera del otro mundo, el niño negro que resplandece, mi hermano ciego. El niño está solo, no bebe, no le llega para la Cocacola, sólo patatas. Sólo patatas, sólo patatas, esa desgracia, esa soledad idéntica a la mía, ¿no lo entiendes ?, sólo le llega para las patatas, y está sentado, quieto, en su trono, la negritud y el niño, en el trono, allá, allá, en ese trono radiante.
MacDonald´s siempre está lleno. Es el mejor restaurante de Zaragoza, una alegría despedazada nos despedaza el corazón : Por tres euros te llenan de cajas, de vasos de plástico, de bolsas, de pajitas, de bandejas. Es el mejor restaurante del mundo. Es un restaurante comunista. Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo, aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco, al lado de un cartel que dice "I´m lovin´ it". Tengo una bota encima de un charco de un helado de nata deshecho. Miro la nata comerse el tacón de mi bota. Una nata blanca, despedazada. Arde el sol sin tiempo, bulle la mano sucia.
A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro. Y ríen y tragan patatas fritas. Y yo trago patatas fritas. Y dos maricas están enfrente comiéndose la misma hamburguesa goteante, cada boca en un extremo, y se manchan y se muerden. Y tragan patatas fritas. Y se besan. Y se tocan. Y se despedazan.
En Londres, en París, en Buenos Aires,en Moscú, en Tokio, en Ciudad del Cabo, en Tucson, en Praga, en Pekín, en Gijón, somos millones, la tarde harapienta, el dolor en el cerebro, la comida, millones en miles de subterráneos esparcidos por la gran tierra de los hombres.
Estoy en paz aquí con todo : barata la carne, barata la vida, baratas las patatas. Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado, el gran hereje, el loco supremo, el hijo de la última mano miserable que tocó el monstruoso corazón del cielo. Si Lenin volviera, MacDonald´s sería el sitio, el palacio sin luna, el gueto de las reuniones clandestinas.
Algo importante está sucediendo en este subterráneo del MacDonald´s de la Plaza de España de Zaragoza, pero no sé qué es. No lo sé. De un momento a otro, vamos a arañar la felicidad : el niño negro, los novios, el muñeco, la nata del suelo, mis botas. Botas nuevas, de piel brillante, con la punta afilada en señal de muerte. En MacDonald´s, allí, allí estamos. Carne abundante por tres euros.
Mujeres
No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillaje y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.
Audi 100
Manuel Vilas se compró un Audi de tercera mano, un Audi 100, y lo ponía a doscientos por la autopista de Barcelona, y luego tenía que pagar el peaje y eso que no iba a ningún sitio. Se quedaba mirando el Audi en las tardes de domingo, en mitad de un descampado, en mitad del desierto. El gran desierto que cerca la ciudad de Zaragoza, estéril y ácido como una bocanada de uranio enriquecido. Miraba las ruedas y las golpeaba con sus botas en punta, y pensaba que estaban durísimas, llenas de aire embrutecido, y es que acababa de estar en una gasolinera que se llamaba "El Cid", y las había hinchado, ese silbido poderoso de las válvulas, y miraba el dibujo de las ruedas, laberíntico y abstracto como las rayas de la mano, y se miró la mano, rugosa piel enaltecida en mitad de la nada, y se había cambiado el viejo radiocasete del Audi por un compacdisc Pioneer, con seis altavoces, 800 euros en el Carrefour , y puso a Lou Reed en el compac, y bien, muy bien,
Street Hassle puso, y bien, bien, muy bien, dijo de nuevo, esto era todo, el Audi 100, la vida ennegrecida, las cercanías de un pueblo llamado Bujaraloz, la autopista de Barcelona, los infinitos camiones, un toro de Osborne cerca de Pina, el domingo, agrio y crucificado, y Lou Reed sonando en ninguna parte, en el desierto celestial, los 800 euros convertidos en el grito más hermoso de la tierra, y ningún ángel del cielo descendiendo, y Manuel Vilas —siervo de la nada, fumando, estéril, razonando, gimiendo—, silbaba bajo el sol inclemente, difuso, el sol borracho, y les daba patadas a las ruedas y las ruedas le devolvían el impulso, y eso era gracioso, y pensó en la guantera, y abrió la guantera y miró la documentación, y leyó su nombre, y abrió el maletero, y le pareció que allí había un montón de sitio para guardar cosas, y eso de repente le hizo completamente feliz.
Lavabos
Imagínate que estás en una comida importante, que has bebido mucho y te has hecho el gracioso porque con los tristes nadie queda a comer, te levantas, buscas el lavabo, te miras al espejo, te tiembla el alma. Imagínate en un bar, bebiendo muchas cervezas con amigos. Entras en el lavabo, después de haber interpretado el icono de la puerta, donde sale un hombre con chistera, ¿qué hago en este mundo ? Lavabos de gasolineras, de cines, de hospitales, pequeños lavabos de establecimientos ínfimos. Lavabos de los bingos, de las autopistas, de los MacDonald´s, de los colegios, de los bares de alterne, lavabos sin usar de El Corte Inglés, lavabos muy usados del Tanatorio de Torrero, lavabos a la intemperie del Coso de la Misericordia. Lavabos muy limpios últimamente en todas partes. Baldosas relucientes y fragancias que descienden de las rendijas del techo. Quemaduras encima de los secadores de airecaliente con tubo plateado. Jabones de fresa industrial que no hacen espuma y no lavan la carne de tus manos. Espejos grandes. Mucha luz. Muchos vatios. Y lavabos de lujo con toallas de verdad y grifos gigantescos imitando a los grifos antiguos. Y cuando estás allí, ¿en qué piensas ? En qué piensas en esos tres minutos en que te vence ese silencio y queda suspendida la vida social, la alegría y los chistes, la máscara y la risa de los bares y de los restaurantes y te metes allí, y coincides allí con un desconocido que te dice "bienvenido a la oscuridad".
El Inmaduro
Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid. Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne. Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.
(De Resurrección)
La Lluvia
Madrid, 22 de mayo de 2004.
Vimos el Rolls del año 53 con las ruedas blancas (mil kilómetros en cincuenta años) en las teles de los bares del barrio del Actur de Zaragoza. Sostenía en mi mano una copa de vino blanco fría y ya hacía calor en España, los hoteles del Mediterráneo estaban de limpieza general, habitaciones abiertas con camareras esmeradas, esperando la llegada de setecientos mil ingleses, un millón de alemanes, cuatrocientos mil franceses, cien mil suizos y cien mil belgas. Estábamos con un vino blanco en la mano y los cuellos levantados hacia el televisor.
No vino Isabel II de Inglaterra ; Isabel II sólo aceptaría ir a la boda del Rey de Francia y, como en Francia no hay Rey, Isabel II se queda en palacio para siempre, reclinada sobre el mundo. Son los súbditos de Isabel II los que aman el sol de España y la cerveza barata, los que exhiben la bandera británica en las terrazas frente al mar.
Crepusculares casas reales venidas de los rincones más oxidados de la historia el 22 de mayo de 2004 surgieron en las televisiones de España, países nórdicos, lejanos y prósperos, fríos, alejados de este corazón inacabable. Rouco Varela cantando la misa. No vino el presidente de la República Francesa. Los arzobispos, bicolores, felices. El nombre de Dios dicho en voz alta muchas veces. La terca obsesión en nombrar a Dios, nombrarlo como quien nombra el poder, el dinero, la resurrección, la guillotina, la cárcel, la esclavitud. El emperador del mundo se quedó en América, ajeno a los ritos menores de sus provincias. Los enormes paraguas azules. Levantarse a las seis de la mañana para que te maquillen, te depilen, te hagan la manicura, qué felicidad tan grande. Los grandes desayunos, los cubiertos de plata, el vino y las colonias bárbaras. Las duchas gigantescas, las suites, los bombones suizos, las zapatillas de oro, los eslips de platino, el zumo de naranja con naranjas atroces. El lujo y el servicio, siempre gente abriéndote las puertas. La sonrisa permanente. Los profesionales de la sonrisa permanente, esa sonrisa representa el trabajo más inhóspito de la historia. ¿Sonreír ? ¿Por qué ?
Y Umbral, y Gala, y Bosé, y A., y J., y Ayala, y M. M. entrando en la Catedral de la Almudena, recompensados, elegidos, a la diestra colocados, los jefes de la inteligencia española, de la subida española, de la gran crecida. La gran subida, la gran ascensión. Y los ciento noventa quemados vivos tuvieron su homenaje, el absurdo pueblo mutilado, el goyesco pueblo elemental y monárquico, el Rolls pasó ante ellos. Y el expresidente del gobierno bebió Rioja Reserva del 94, todos los expresidentes de España, con su chaqué, y sus mujeres en un segundo plano, protectoras, devoradas, confundidas para siempre, pero felices de haber llegado allá, allá lejos, allá donde el aire es de oro y la mano coge el mundo, allá donde España entera quiso que estuviesen y la legitimidad democrática es un fulgor definitivo.
Las pamelas iridiscentes, los yugos en la cabeza, los yugos bajo el cielo oscuro. Y José María Aznar y Jordi Pujol y Felipe González, juntos de nuevo. Y los tres se sintieron satisfechos viendo la obra bien hecha, la sucesión de Franco, la mano europea, paternal, sobre nuestras cabezas, la sucesión de Franco, las mantillas del franquismo metidas en los armarios, chillando de envidia y respirando naftalina muy blanca. Y Juan Carlos I cargando con España, porque quién si no cargaría con España, con la historia de España, el sello papal en el dedo meñique. Y Zapatero con su Sonsoles, voluptuosa, sonriente, su tipo le hubiera gustado a Baudelaire o a Julio Romero. Sonsoles parecía un Delacroix : la anatómica Libertad guiando al pueblo, pamelas vistosas, el rito político, la aburrida historia, los pechos caídos.
Y socialistas y liberales y ultramontanos juntos, la izquierda y la derecha maridadas, las nóminas engrandecidas hasta la saciedad, buscando lo mismo todos, un Delacroix parecía Sonsoles, la nueva reina de España, del reparto de los despachos, las glorias, los oros laicos. Ateos convertidos bajo el fulgor de las pamelas, creyentes con el billetero ateo. El poder en todo tiempo siempre igual a sí mismo. La historia humana en todo tiempo como ya fue hace tiempo. El mismo tiempo siempre. Repitiéndose la esencia de España, la esencia del mundo grande.
Y nosotros bebiendo en el Actur, al lado de las grúas y del Hipercor, felices de que nos dejen beber este vino frío en una copa medio limpia, felices de poder pagar este vino y dos más.
Y la palidez privada de la reina Rania de Jordania. Y la lluvia. (inédito)
Escritores españoles (2007/07). Leer también :
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